Sé que es una chorrada pero…¿alguna vez habéis hecho una lista enumerando aquellas cosas por las que merece la pena vivir? Seguro. Imagino que viene al hilo de mi cumpleaños y de cómo, sin quererlo y por anticipado, empiezo a sumirme en la crisis de los cincuenta y ya, si me apuráis, en la de los sesenta. Eso es algo por lo que estar un poco depre, no? Cuando era más joven me gustaba hacer listas interminables en las que enumeraba y detallaba, punto por punto, las cosas que me gustaban y que hacían que vivir fuese algo grande. Podían ser listas enormes, con hasta veinte o treinta puntos. Desde tener el último disco de los Smith hasta aprobar la contabilidad de segundo, pasando por conseguir una entrada para aquel concierto de los Cure o reconciliarme con mi más querida amiga. Eran listas un poco al estilo de las que hacía el prota de «Alta fidelidad», os acordáis?, dando cuenta de todo lo que le gustaba y de todo lo que odiaba. Lo curioso es que cuando ya creía tener todo listo, siempre aparecía algo nuevo y más importante y que no aparecía en mi lista…y vuelta a empezar! Otra lista más.
Mirando atrás, ahora me doy cuenta de que siempre olvidaba anotar algo que no estaba valorando lo suficiente: la Vida. Y es que, como dijo Lennon, la Vida es aquello que te pasa mientras estás ocupado haciendo otras cosas o, en más cañí, mientras haces transbordo en Nuñez de Balboa. ¡Cuánta razón! ¿Por qué nos da tanto miedo vivir? ¿Por qué ese miedo a abrirnos a lo nuevo, a lo desconocido? ¿Por qué…? No tengo claras las respuestas, así que dejo las preguntas en el aire.
Estos días he tenido la oportunidad de leer el discurso de despedida del presidente de Coca-Cola, Bryan Dyson. Es un discurso excelente, breve pero con muchas y buenas razones. Según él, la vida es un juego de malabares con cinco bolas: la bola del trabajo, la de los amigos, la de la salud, la de la familia y la del espíritu. Enseguida nos daremos cuenta de que la bola del trabajo es de goma y aunque termine en el suelo rebotará, pero el resto…el resto no. El resto son bolas tan frágiles que en cuanto caen al suelo se resquebrajan, en miles de trocitos y ya nunca vuelven a ser las mismas. Tenemos que esforzarnos por cuidar aquello más valioso, trabajar eficazmente en el trabajo y salir a tu hora y dedicar el resto del tiempo, que es mucho, a cuidar a tu familia y a tus amigos, a hacer deporte y a mimar al espíritu. Al fin, esas son las cosas que de verdad merecen la pena. La Vida.
Es curioso, pero mientras releo eso del trabajo, no puedo evitar esbozar una sonrisa. Y es que, de tanto mirar obnubilados al modelo alemán nos olvidamos que es justo Alemania el país que tiene la jornada más corta de toda la OCDE…¡hay que joderse! Porque ellos comprenden que no se trata de trabajar más horas sino de trabajarlas bien. A las empresas españolas poco les importa que puedas compaginar la vida laboral con tu vida personal, fijando horarios más rígidos y saliendo a tu hora. Sigue funcionando el llamado “presencialismo”, que no siempre significa una mayor productividad, más bien al contrario, os lo aseguro. Aquí, cuantas más horas eches, mejor, no sea que a algún jefe de esos que entran a las diez y tienen almuerzos con sobremesas infinitas, le de por necesitar un informe a las 7 de la tarde o tenga que escanear un documento y tú no estés.
Y yo me pregunto: ¿por qué no trabajamos como alemanes e intentamos que las otras cuatro bolas no se nos vayan al suelo? Seguro que así, todos estos malabares nos saldrían mejor.
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Gracias por tu sabiduría!!
Más quisiera… siempre estoy en continuo aprendizaje!!