Perderse en lugares públicos, de esos un tanto secretos de la ciudad tiene algo mágico que te convierte en una turista sin mochila, casi accidental, y esa sensación, aunque ficticia, me gusta. Lo reconozco. Me gusta tanto como entremezclarme con el respiro acelerado de los coches y de la gente, en esta caótica selva callejera que es Madrid.
Y es qué aquí donde me veis, llevo unos días de ajetreado ir y venir, de cervezas a media tarde, de exposiciones, más cervezas y charlas apresuradas, conciertos de soul en el Matadero y hasta algún preestreno en la Gran Vía. Parece como si mi vida social se hubiera concentrado en un par de fines de semana. Todo metido en cuatro días y tengo la agenda tan repleta de eventos que hasta he tenido que rechazar algunas invitaciones, incluso importantes, como asistir a la imprescindible presentación del libro de Tallón o tomar chocolate con churros en San Ginés con esas viejas amigas de la infancia y esa invitación al teatro de aquel amigo al que hace mil años que no veo.
En el fondo no dejo de ser una funambulista en la ciudad, aunque más bien no deje de ser siempre una eterna aprendiz. En seguida se me nota que no estoy acostumbrada a tanto ir y venir: sin querer me agobio, me entra la ansiedad, me siento esclava de las prisas y del maldito reloj que se empeña en no parar nunca. Quiero aprovechar cada momento, cada oportunidad, cada segundo, nada es del todo suficiente y al final la que no soy suficiente soy yo.
La culpa la tienen esas malditas prisas de las que hablaba Pla. Aunque bien mirado, más que prisa, lo que no tengo es ese tiempo que se me escapa entre aburrimientos de sofá. En lugar de disfrutar del momento siempre estoy pensando en lo próximo, en cómo voy a organizar el siguiente fin de semana cuando todavía estamos a viernes, pensando qué voy a preparar para cenar, qué ropa me voy a poner para mi futura cita, de qué voy a escribir en este maldito blog.
Y es que hacemos las cosas muy deprisa, no las disfrutamos. Leemos demasiado rápido, muchas veces en zig zag, sino en diagonal, no pasamos de la segunda línea si el texto ya no nos atrapa en la primera. Comemos más rápido todavía, incluso engullimos frente al ordenador. Nos amamos rápido, demasiado deprisa, mal y casi siempre con miedo…y es que nos hemos acostumbrado ya, nuestros sentimientos están adaptados a esa fugacidad efímera, olvidadiza, etérea.
Son tantas las cosas que hacemos rápido por inercia, que no tengo más remedio que darle la razón a ese amigo que cuando me regaña por esta forma tan aturullada de tomarme la vida, hasta me defiendo con prisas, ansiedades y acabo tirando de infantilismos.
Pero no lo puedo evitar, en medio del ruidoso asfalto, en ese minuto que el semáforo tarda en ponerse en verde, no solo yo, también mis pensamientos corren alborotados por mi cabeza que parece una lavadora centrifugando ideas y recuerdos y futuros, sueños, mezclándose con conversaciones ajenas que ya se hacen mías:
¿voy o no voy? ¿qué hago…? ¿le digo simplemente que no? Tengo que comprar la leche… ¡Nunca!, vete, vete, demasiado tarde, un trabajo nuevo y ese cojín que está sucio, lo sé… No puedo más ¿y si…? ¡No!, es caro, pena de lotería, otra vez más, es que está flirteando… ya quisiera. Mejor así, déjalos, sigo sin saber que hacer: es guapo. ¿Otra cerveza? ¡Venga!
Prisas y más prisas… Todo se mueve con un agotador tintineo, y ni la tranquilidad ni la paciencia forman parte ya de este cuadro hiperrealista, no forman ya más parte de mí. Se rasgaron en pedazos dando lugar a un lienzo de miles de colores, algunos claros, brillantes, otros simplemente tan oscuros como el asfalto, grises, como mi vida, como yo, como ese coche que casi me atropella por cruzar sin mirar en esta ciudad que me vuelve loca.
¡Y que me encanta!
___________________________
Ilustración: La mala vida, por Ceesepe
Categorías:Actualidad, Momentos, Sueños
A Madrid no la puedes vivir de otra manera, todo te empuja a que sea a mil por hora, todo es muy intenso.
Mientras el cuerpo aguante, pienso que la debes disfrutar a ese ritmo enloquecido.
Te deseo una feliz tarde.
Un abrazo.
Madrid me mata y al mismo tiempo no puedo vivir sin el alboroto, sin el asfalto, sin las oportunidades que te brinda esta ciudad… soy una urbanita sin remedio y como digo en el post ¡me encanta!
Hola Manuela.
Gracias por su visita.
Buena semana.
Besos.
Muchas gracias a ti Louis, por pasarte por mi blog y dejarme la canción «Manuela», que detallazo y cuantos recuerdos… Voy a escucharla como se merece, con calma, sin prisas… ;))
Un abrazo.
My dear friends have a magic and romantic day HUGS!
Al terminar de leerte, he pensado que valió la pena tomarse unos minutos…..que bonito como lo cuentas !!!!
Me alegro que te gustara, que te tomaras tu tiempo en leerme, pasáte siempre que quieras, sin prisas… Un abrazo.
Vivimos tan acelerados que creo que estamos abocados a morir sin darnos cuenta.
Prisas, prisas y prisas resumidas en ese maravilloso párrafo de pensamiento espontáneo.
Me gusta lo del pensamiento espontáneo, ¡gracias!
Completamente de acuerdo con lo de las prisas, pero no en lo de morirnos sin darnos cuenta. Ayer me llegó un email de la muerte que decía «niño, lo siento, pero no hay manera de pillarte. Cuando llego a donde estás con la guadaña, ya hace media hora que te has ido. Cuando pares avisa, guapo…»
Ja ja… mejor no pares, que no tenga tanta prisa…Y tú sigue dándole esquinazo, que necesitamos a gente como tú en este mundo caótico. Un abrazo.
Good readding your post