Estambul: azulejos de luz azul.

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Hay lugares que sin darte cuenta te atrapan para siempre. Una especie de amor a primera vista, como ese antiguo novio de instituto, un tanto descarado, metido en tus recuerdos pase el tiempo que pase. Estambul, para mí es algo así. Su vida bulliciosa, ese primer café turco saboreado lentamente frente a Bezayit, sabedora de que, recién llegada, aún tienes todo el tiempo por delante para desentrañar sus misterios y unos niños juegan con una pelota junto a ti, enrojecidos por la excitación, concentrados…

 

Vine a Estambul no sé si para perderme o para encontrarme; ahora todo son recuerdos. Recuerdos que aún hoy, tantos días, tardes, meses después, siguen vivos, instalados como aquel novio descarado en mi memoria: recuerdos de ese olor, mezcla de almizcle y jazmín, que se te mete y te acompaña ya durante tus largos días en la ciudad. Como dice Pamuk, es Estambul una ciudad con alma, que se respira, que se huele y se siente y que te acoge ya como una verdadera amiga, tanto, que acabas sintiéndola ya un poco tuya.

 

La primera toma de contacto con Estambul no puede ser más hermosa. Flota el avión por ese mar de mármol, el Mármara y toma tierra en Atatürk (ese omnipresente nombre tras el que se esconde el padre de todos los turcos) y comienzas ya a intuir alminares y mezquitas, puentes y palacios, atravesados siempre por ese sol ardiendo reflejado sobre el Bósforo, y no puedes despegar tu mirada de la ventanilla, como esa niña que extasiada contempla el escaparate de una pastelería… y ahora que lo escribo la memoria se me va, golosa, a esos dulces de almendras y pistachos que sucios vendedores callejeros te ofrecen, mientras tú, rendida, sucumbes a esa lluvia de colores y sabores. Hay que tener cuidado en Estambul: dejarse llevar por todo lo que esta ciudad te ofrece, puede hacer que acabes empachada de azúcar y tesoros. Seguir leyendo…

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Ilustración: «Karagoz, las sombras y Estambul», de Cristina Sánchez Reizábal.



Categorías:Momentos, Recuerdos, Uncategorized, Viajes

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5 respuestas

  1. El año pasado tuve que pasar, por trabajo, una semana en Ankara. No conocía nada de Tuquía, pero esa semana tuve que pasarla entrera trabajando en un Ministerio y me empapé: el camarero que te subía el té al despacho, la hora de la comida en alguno de los bares cercanos, el trabajo de la tarde, más relajado, como en España, las cenas… Siempre acompañado de gente, que me resultó cautivadora: mujeres y hombres bellos por todas partes, amables todo el tiempo. Yo les mostraba todo el rato mi agradecimiento y mi fascinación por todo (cuánto prejuicio había llevado conmigo y qué ligero volví).
    A lo que iba: todo el mundo me decía que aquello no era nada, que Ankara no era sino un campo de ovejas y cabras que se había convertido en capital, que lo bonito era Estambul. Ahí quiero ir.
    Görüşürüz, arkadaşlar.

    • Hace varios años ya de mi viaje a Estambul, y sin embargo, creo que perdurará en mi memoria para siempre. La hospitalidad de sus gentes, esa simpatia natural, el colorido de los mercados, ese característico olor a especias que te impregna, los vendedores callejeros…. hummm todo esto es algo que ya forma parte de mi. Y si… yo también quiero volver y pronto.

  2. Es preciosa tu crónica, Manuela!!!
    He estado dos veces en Estambul, la última el año pasado y la sensación que traigo al regresar es exactamente la que tú describes.
    Una ciudad entre oriente y occidente, una mezcla de aromas, la vida a ras de suelo, la contradicción… para mí es una ciudad mágica que te atrapa y ya no la puedes olvidar.
    Escribes y describes que es un lujo leerte.

    Un besote nublado…

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