LAS PRIMERAS VECES no reparé en el ruido de la puerta al salir. Ahí estaba él en camisa, con mi olor todavía impregnado en su cuerpo, aguardando mi ausencia para continuar con su vida de siempre. Me bastaba así. Esta tarde fue distinto, sentí el portazo, la despedida breve, el vacío del silencio. Son muchas las cosas que pasaron por mi cabeza mientras bajaba el corto tramo de escaleras hasta el ascensor y la puerta se cerraba tras de mí. Tantas, que juré que no volvería a enredarme en sus brazos nunca más. No así, sintiéndome una fugitiva, como si una vez puesto fin a nuestros encuentros, debiera desaparecer con la cabeza gacha, para volver tan pronto el engaño de una llamada suya me hiciera olvidar quien era.
El paseo hasta llegar al metro despejó mi mente; el ambiente animado de domingo, las tiendas abiertas. Mi reflejo en el cristal de una de ellas me devolvió una yo distinta. Por un momento creí que no era la que momentos antes tras el café, acurrucada en su cama, todavía desnuda, contemplaba el mapa de Italia, preguntándole donde estaba Bari, haciéndole preguntas sobre Milán; preguntas estúpidas que él me contestaba con la paciencia de un profesor de Geografía, y que ahora me hacían sonrojar por no haberme dado antes cuenta de la mentira en que se había convertido nuestra historia.
No era una cuestión de amor, era una cuestión de orgullo. La necesidad de demostrar ser capaz de saltarme las reglas, incluso estas que por prohibidas daba sentido a una parcela de mi vida, tal vez la parcela más oculta. Al principio me sentía feliz con este ritual que cada domingo se repetía incansable, y en el que me refugiaba apartando de mí las dudas del mismo modo del que me aferraba a ellas. Tras la pasión, con la ropa todavía amontonada en el suelo, trataba de recomponerme también yo. Rojo en los labios, una pizca de rubor. Un poco de orden en mi pelo que ingobernable caía sobre mi frente. La prisa ya instalada en mí y en él. La cama cubierta con la colcha, el mapa escondido en el armario. La foto de ella, de vuelta en la mesilla. Ni rastro de nada que pudiera mostrar lo que poco antes había sucedido en aquella habitación, solo el sexo en mi cara, imposible de esconder tras el maquillaje. (Leer texto completo en vozed)
___________________
Foto: Daido Moriyama
Categorías:Momentos, Pensamientos, Uncategorized
Brutal la forma en la que escribes!
¡Gracias, todo un cumplido!
sei tu nella foto, lo so
Si a i tuoi occhi.
Siempre que te leo Manu unnoséquequéqueséyo me recorre la espalda… hoy además, lo hace mi columna vertebral. Petonets.
Esequeséyo es el que recorre mi espalda cuando oígo cosas tan bonitas. Mi gracias y mil petonets.
…ains…