Estoy contenta porque he vuelto a escribir, aunque sin mucha prisa ni convencimiento. Cualquiera que escriba lo sabe: el vértigo del papel en blanco siempre termina asustando. Siempre pasa. Ya lo contaba Delphine de Vegan en Basada en hechos reales, una escritora que, tras un éxito apabullante, no es capaz de escribir ni una sola línea. Por mi parte, enredada en otros asuntos, ya no recordaba lo costoso que es retomar la escritura, esquivando esa inseguridad que se acomoda en la cabeza y te habla a gritos, sin consideración alguna.
Tengo que buscar refugio debajo del ventilador; la ola de calor no perdona. El verano, con sus días inmensos, te abre los brazos maternales y te obliga a sacudir el aburrimiento de esta manera. Ya podría estar empujándome a escribir crónicas desde parajes desconocidos, en viajes de ensueño para alguna revista, pero no. Me invita a escribir desde el mismo pueblecito costero de siempre: el olor del mar mezclado con el de los churros en la plaza, el murmullo de las olas rompiendo lejos, el paso tranquilo de las bicicletas por la calle principal. Todo me rodea y, sin embargo, no soy consciente.
Llegarán esas crónicas y esos viajes. De momento, escribo desde aquí, con la sal pegada a la piel y el ruido del ventilador marcando el ritmo. Tal vez escribir sea solo esto: estar presente, aunque sea tarde y a trompicones.
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Foto: Françoise Sagan
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Estoy encantada con tu vuelta. Un fuerte abrazo
Siempre tan adorable, me alegro de tenerte como lectora. Un abrazo.