
Arde España y ardo yo. Si no fuera por el fuego y el calor, estas vacaciones estarían llenas de días sin importancia, como en la novela de Laforet, lo cual es bueno, si esto significa que las cosas fluyen siguiendo el cauce de la normalidad veraniega.
Anoche, me desveló un sueño que me sobresaltó. Alguien metía a Cristina Cifuentes en una lavadora de carga frontal y le daba al botón de centrifugar. Después no la podían sacar. Me desperté agobiada como si fuera yo la que estaba en la centrifugadora. La imaginé doblada en mil pedazos, con su cabellera rubia enmarañada y exhausta por las vueltas.
Menos mal, que para compensar el mal rato, esta mañana la piscina me ha regalado un par de momentos estelares. Un nadador escapado de un cuento de Cheever hacía largos de crol, se zambullía, pasaba de una piscina a otra, cual contorsionista hacia volteretas, sus piernas apuntaban al cielo y después de mil cabriolas, vuelta a empezar. Por un momento, he abandonado mi lectura, escondida en mis gafas de sol, lo miraba extasiada, no hay nada más bello que alguien nadando crol de un modo elegante, sin forzar las brazadas con la naturalidad del que sabe. Incluso las volteretas más tontas son elegantes en quien es elegante.
Nada ha empañado el momento, ni siquiera una vecina chismosa que estaba sentada detrás de nosotros, pero no nos ha visto, menos mal. Estaba ensimismada en una conversación con un joven de barba que, tumbado en su toalla, le contaba quien sabe a cuento de qué, que había olvidado lo elemental de las matemáticas de cuando era pequeño y que no se acordaba de los afluentes del Tajo. Hablaba de que, ahora que ya era mayor, le vendría bien un buen repaso. Cuando ya nos íbamos, escuché que dijo lo que le gustaban las lentejas. Ante historias así, tan surrealistas, es normal ensimismarse, yo la primera.
_____________________________________________
Foto: Burt Lancaster en la película el Nadador.
Categorías:Uncategorized
Deja un comentario